lunes, 16 de noviembre de 2020

Retomando las sesiones de Fácil Lectura

Después de sufrir un duro confinamiento y no menos duros meses de verano, hemos retomado las sesiones de lectura fácil respetando todos los protocolos: distancia , mascarillas y cumpliendo con el aforo permitido.

 

 "Cuentos sorprendentes" es el título elegido para compartir los próximos dos meses lectura.

Hemos creado dos grupos de seis lectoras en cada uno y así mantenernos hasta recibir nuevas modificaciones.

A las 17:00 horas comenzamos la lectura con seis lectoras del primer grupo y con este sorprendente libro de relatos para continuar a las 18:00 con el segundo.

CUENTOS SORPRENDENTES

1-La puerta abierta.

El Sr. Framton Nuttel sufría crisis nerviosas y su tía le aconsejó viajara unos días al campo donde ella había vivido tiempo atrás. Le escribió una cartas para que se las entregara a algunos de los vecinos más conocidos ; y así no encerrarse solo en la casa.

A la primera que visitó fue a la señora Sappleton. Le atendió una niña de unos 15 años. Tomaron conversación y entre otras cosas, la chica descubrió que el señor no conocía a su tía. Fue entonces cuando la chica le relató la gran tragedia de su tía hacía ya tres años.

Le señaló una de las puertas vidrieras que daban al jardín y que según su versión tenían mucho que ver con la tragedia. Decía que hacía tres años el marido de su tía y sus dos hermanos pequeños salieron por esa puerta a cazar y nunca volvieron. Se ahogaron en un pantano. Nunca encontraron sus cuerpos, dijo. Aun así, continuó la chica, a mi tía le parece que algún día volverán a entrar  acompañados de su perro spaniel que tampoco encontraron.

Apenada recordaba hasta la ropa que llevaban sus tíos, el marido de su tía un impermeable blanco y el hermano pequeño, Ronnie, siempre cantando una canción muy popular dedicada a los cazadores.

Sentía y se estremecía en la silla al recordarlo, pues le daba la sensación verlos entrar de nuevo por la puerta. En ese momento entraba su tía y al Sr. Framton se le divisó un gesto de alivio. La señora Sappleton se disculpó por haberle hecho esperar. Enseguida se puso a hablar sobre la caza, que la puerta del jardín estaba abierta porque su marido y sus hermanos habían ido a cazar, becadas al pantano y los esperaba por esa puerta. El Sr. Framton no daba crédito a lo que estaba oyendo. Cambió de conversación intencionadamente para desviar el tema. Les habló de sus enfermedades, de los consejos de sus médicos para mantenerse sano aunque a la señora Sappleton le daba casi igual.

En ese momento la señora Sappleton se removió como pendiente de algo. Ya están aquí!-dijo, llegan a la hora del té y con las botas enfangandas.

Al oir esto, el Sr. Framton notó un escalofrío, miró a la chica que miraba aterrorizada hacia la puerta cosa que él hizo también y no podía imaginar lo que vio. A la media luz del anochecer, vio acercarse a tres hombres con un arma cada uno y uno de ellos con un impermeable sobre los hombros. Y más lejano se oía una voz que cantaba.

El Sr. Framton se levantó de un salto, cogió el bastón y el sombrero y huyó cruzando la sala, cosa que a los tres hombres les sorprendió. Era el Sr. Nuttel- dijo la señora Sappleton-, parece que ha visto un fantasma. La sobrina les explicó que seguro huyó por el perro. Según ella, le contó, que les daban pánico porque una vez en la India, mientras visitaba un cementerio le atacaron. Tubo que refugiarse en una tumba y tuvo que pasar allí la noche mientras los perros merodeaban cerca de él.

Lo que no se imaginaba ninguno era que, la chiquilla podía inventarse una historia nueva en cualquier momento y cualquier situación.

2. El regalo de Reyes.

Della Dillingham después de recontar el dinero que tenía ahorrado, comprobó tener 1 dólar y 87 centavos, un dinero que no era suficiente para hacerle un regalo a su marido para Navidad. Lamentó la situación pues su marido se merecía un detalle. Vivían en un piso alquilado, pagaban 8 dólares y su marido ganaba 20. No les daba para ahorrar mucho aunque a veces pensaba que el dinero no hacía la felicidad.

Pero dejó de lamentarse, se maquilló y se dejó el pelo suelto, su pelo que era una de las cosas de las que estaba más orgullosa. En el caso de su marido, lo más preciado era su reloj de oro.

Se puso la chaqueta y el sombrero, todo viejo y gastado y con los ojos brillantes abrió con impaciencia la puerta del piso y bajó las escaleras hacia la calle. Llegó jadeante delante de un letrero que decía:"Madame Sofronie.Cabellos de calidad de todo tipo". Entró y le preguntó a la señora Sofronie si compraba su cabello. La señora aceptó una vez  que se lo hizo soltar para tocarlo y revisarlo. Le ofreció 20 dólares los cuales aceptó.

Con los 21 dólares y 87 centavos se dirigió a comprar el regalo a su marido. Pensó que le haría mucha ilusión una buena cadena para su reloj de oro. Así lo hizo y eligió una de platino muy simple, pero discreta y valiosa como Jim, su marido. Le encantaría, pues casi le daba vergüenza mirar la hora porque no le vieran la correa de cuero gastado que tenía.

Llegó a casa y se puso a arreglarse el pelo para disimular los estragos causados por la generosidad y amor a su marido.

A las siete de la tarde llegó Jim y se puso blanca por un momento. A Jim se le veía delgado y serio. La miró con una extraña expresión en la cara. Por fin ella le dijo que se había cortado el pelo porque no podía vivir la Navidad sin hacerle un regalo. El pelo crecía y el regalo los haría más felices. Jim no sabía como responder, la miraba como si pareciera idiota. No estés serio-le decía-, y se abrazaron.

Ella intentaba convencerle de su hazaña diciendo que los cabellos que tenía se podrían contar uno a uno pero nadie podría contar el amor que le tenía. Los Reyes Magos traían regalos de mucho valor, pero que los regalos que no se pueden contar son los más valiosos .

Entonces Jim sacó un paquete de la cartera , se le entregó y al abrirle descubrió porqué reaccionó de aquella manera al verla con el pelo cortado. Dentro del paquete había dos peinetas para el cabello que Della había admirado muchas veces en el escaparate de Broadway. Della lloró, eran unas peinetas muy bonitas de carey, las abrazó contra su pecho y le tranquilizó a Jim diciéndole que enseguida le crecería el pelo.

Llegó el momento de que Jim viera su regalo. Della le tenía bien apretado en su mano. Se lo entregó alabando su belleza y todo lo que había recorrido para conseguirlo. Preguntó si le gustaba y que le gustaría probarlo en el reloj. Jim se tiró al sofá y confesó haber vendido el reloj para comprar las peinetas.

Y así se contó la historia de estos dos jóvenes quizás imprudentes, quizás pocos sensatos de sacrificar sus mejores tesoros. Los dos demostraron ser los verdaderos Reyes de Oriente.

3.El collar.

Era una chica alegre y encantadora casada con un oficinista del Ministerio de Instrucción Pública. Llevaba una vida simple, pero desgraciada. Le hacía sufrir su casa pobre y la fealdad de sus ropas.

Soñaba con otra vida más ostentosa, salas perfumadas donde pasar horas y horas con los amigos más íntimos, hombres halagados y deseados por todas las mujeres.

Estaba cansada de comer todos los días cocido y soñaba con manjares exquisitos servidos en bandejas brillantes. Lo que más le gustaba era lo que no tenía.

Una tarde su marido le entregó una carta convencido de que le haría mucha ilusión. La carta era una invitación del Ministro  de Instrucción Pública y su esposa para asistir a una de las veladas del Ministerio. Ella tiró la carta pues no le hizo ninguna ilusión. Al marido le impactó cuando le oyó decir que no iba porque no tenía ropa para ponerse en la fiesta.

Su marido le ofreció 400 francos que tenía ahorrados para un fúsil. Con ese dinero tendría para comprarse el vestido. Una vez tuvo el vestido se veía mal sin una joya que lucir pues según le dijo a su marido las mujeres acudirían deslumbrantes. Como no había dinero para más, el marido le aconsejó se pusiera flores naturales que le sentarían muy bien. Pero ella no estaba muy convencida.

De pronto Jim , su marido, se acordó de su amiga Madame Forestier y la convenció para que la pidiera alguna joya para la fiesta, una vez terminara se la devolvería.

Aceptó, y Madame Forestier le prestó la joya que más le gustó, un collar de diamantes precioso.

La fiesta llegó y cuando apareció todos los hombres la miraron de lo elegante y alegre que iba. Bailaba dejándose llevar, era admirada y feliz despertando el deseo a su alrededor.

Se fueron a toda prisa a las cuatro de la madrugada y procurando que nadie les viera arropados con el abrigo que nada tenía que ver con las ropas que llevaron a la fiesta.

Ya en casa, se dio cuenta que no llevaba el collar. Aterrorizada miró por todos lados, por todos los bolsillos y por todos los rincones pero no le encontraron. El marido salió haciendo el mismo recorrido que hicieron andando al bajar del carruaje, y ni rastro. Puso en los diarios la noticia, ofreciendo una recompensa a quienes lo encontraran. y nada.

Optaron por comunicar a su amiga que al collar se le había roto el cierre y que estaba pendiente de arreglo. Monsieur Loisel había envejecido 5 años por lo menos.

Cogieron el estuche del collar y se pasearon por todos las joyerías y lograron encontrar un collar similar en la joyería del Palacio Real que costaba 40.000 francos. 

Después de varias conversaciones decidieron comprarle. Echaron mano de 18.000 francos que al señor Loisel le había dejado su padre. Acudirían a los amigos y lo demás pedirían un pequeño préstamo.

Asustados por la angustia del futuro y por la miseria que se les venía encima, compraron el collar y se presentaron en casa de Madame Forestier para devolvérsele. Ésta lo recogió sin mirar ni abrir el estuche.

A partir de ese momento dejaron de tener sirvienta, abandonaron la casa y se fueron a vivir a una buhardilla. Tenían una vida de lo más humilde.

Cada mes liquidaban pagarés y renovaban otros. El marido trabajaba de día y de noche haciendo horas extras para poder salir del pozo en el que estaban metidos. Los dos se veían viejos y Madame Loisel recordaba en muchos momentos la fiesta y todo lo que disfrutó en ella.

Ya la cuenta estaba saldada y en uno de sus paseos de domingo por los Campos Elíseos vio a la señora Forestier. Al acercarse y saludarla, no la reconoció de lo desmejorada que estaba. Todo por tu culpa-le dijo-. Aquel collar que me prestaste para la fiesta, le perdí. Para no quedar mal, compré otro similar que nos llevó 10 años pagarlo.

Qué pena!, ¡pobrecita, mi collar era falso, como mucho costaría 500 francos!


Aquí lo dejamos hasta la próxima sesión que será con el segundo grupo de lectura.

 


 









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